domingo, 9 de mayo de 2010

El bailarín obrero. Ensayo. Keops Guerrero. Danza.


El bailarín obrero.

Cuando tenía 6 años vi la película de la vida de Nadia Comaneci y descubrí las maravillas que puede llegar a realizar el cuerpo humano, quise ser gimnasta. Después vi la película de “Castillos sobre hielo” y supe que la destreza humana podía ir más allá. Fue cuando vi en un anuncio de Licor bailar a Fernando Bujones, cuando supe que mi camino era la danza. En mi camino de la expectación a la realización, por esas casualidades de la vida pude ver diversas películas que hablaban de la vida de los bailarines, desde “Electrodanza’ hasta “Sol de media noche”, protagonizada por Mikhail Barishnikov. Siempre, al terminar los filmes, me quedaba con un mal sabor de boca, tenía la sensación de que el bailarín era un ser duramente manipulado, atormentado, usado, que el esfuerzo que realizaba por ganarse un lugar en el mundo de la danza era sobrenatural y sumamente dramático, que todo dependía siempre de otros, no de uno mismo, que no tenía independencia ni individualidad, todo esto me hacía explotar en una ola de emociones y contradicciones que no podía entender, porque claro ¡Yo quería bailar! así es que me prometí que de emprender el camino de la danza, lo haría de manera libre y sin jefes o verdugos controladores de mi cuerpo, mi espacio, mis sueños, mi forma de percibir la danza.
Desde el primer instante en el que entre a estudiar a la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea supe que jamás bailaría en una compañía subsidiada o con cierta visión de la danza; odiaba los roles de género, de posibilidades físicas, hasta de interpretación, esa constante obsesión de los maestros por etiquetarte o encajonarte en los esquemas que ellos consideraban que eran apropiados a tu personalidad y fisicalidad era algo que no me entraba.
Un obrero trabaja en una “Obra”, pero pareciera a veces que para ciertos coreógrafos, maestros, instructores o directores de escena, un bailarín al trabajar en una “obra escénica”, lo hace también un obrero. Un obrero es un ciudadano asalariado que trabaja cierto tiempo, conocido como jornada laboral por cierta cantidad de dinero, por ley es contratado en nómina, recibe seguridad social, apoyos para la jubilación, y ciertas condiciones a veces favorables por la entrega de su fuerza de trabajo. Los bailarines vivimos las 24 horas del día con nuestra herramienta básica de faena, que es el cuerpo, nunca podemos prescindir de él ni dejarlo en un rincón para desentendernos y airarnos un poco del fastidio de la responsabilidad. En la mayoría de los casos, los bailarines realizamos un esfuerzo físico-intelectual que rebasa en demasía las 8 horas establecidas en ciertos países como tiempo de trabajo, no tenemos nómina, así que carecemos de prestaciones y de todo beneficio o soporte en caso de daños o perjuicios a nuestra herramienta de trabajo. Solo las compañías empresariales, subsidiadas por gobiernos o por esposas de hombres de negocios y los hoteles y salas de espectáculos llegan a contratar a bailarines en calidad de obreros.
Existe una tendencia muy marcada e implantada en muchos hacedores de danza de dominar, controlar, retar y subyugar al de menos categoría o estatus; comentarios directos e indirectos, simulados o mal intencionados que van desde la condición del peso del individuo, hasta su manera de moverse. El maltrato toma matices alarmantes también dependiendo la disciplina de la danza. El movimiento consciente que pretende transformarse en danza, después en catarsis y luego en comunicación, se ensombrece. Las comparaciones; las fuertes correcciones en público, las mofas, pero también el adjetivo más mal intencionado y agresivo solo consiguen una cosa en el bailarín “Domarlo”.
Los mecanismos de aprendizaje son además por imitación e imposición, de esa manera aprendemos a ver la danza como los otros la ven, pero no vemos nuestra danza, no la sentimos, no la concienciamos, no la vivimos. Entonces la creatividad se ve supeditada a la de otros y las obras de danza van evolucionando lenta y pesadamente de un referente a otro. Debido a ellos es que supongo que en estos tiempos es más fácil que surjan técnicas de entrenamiento innovadoras que puestas en escena, realmente creativas e interesantes.
No, no nos miran ni nos tratan como obreros, creo que la palabra más adecuada es “Esclavos”. Un esclavo es un ser privado de su libertad, de su creatividad, de sus derechos básicos y de la posibilidad de ser. No es exagerado este adjetivo cuando observamos los estragos psicológicos (y muchas veces físicos) que deja un maestro frustrado o un coreógrafo déspota en sus seguidores.
Permitimos el daño, la humillación, el ser expuesto ante otros porque pensamos que “así es la danza”, y que el mundo es violento, por ende la danza también lo es. Supongo que a algunos compañeros este reto, esta carga de adrenalina los hace crecerse ante el dolor, pero yo creo que es el ego el que se hace más gordo, no el espíritu. Pareciera que el bailarín tiene la obligación o el destino fatal de satisfacer siempre a otros a través de sus destrezas y sus formas y cuando ya no sirve va directo al rincón.
Hace dos años conocí más a fondo la metodología Laban creada en 1930 por el húngaro Rudolph Von Laban, desde entonces la aplico a mi forma de entrenamiento, de enseñanza y de creación, los resultados a través de mis alumnos, compañeros y colegas han sido maravillosos. Laban es un método muy complejo de consciencia espacial, física, emotiva, energética, anatómica, etc., abre la puerta al infinito de posibilidades que tiene cada ser de abordar el movimiento, el sistema de enseñanza se torna personal y lejos de influencias, por medio de la reflexión, el análisis, la investigación y el conocimiento podemos crear consciencia, descubrir certezas y volar.
Sin duda hay maestros y seres de danza que no entran en este artículo ni por asomo, podría mencionar muchos, pero más son los que nos atormentan, ensombrecen e impiden el paso y considero importante detectarlo, solo así dejaremos de ser esclavos y también obreros.
KEOPS GUERRERO

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